viernes, 19 de diciembre de 2008

Invierno lúcido

Hace unos días, mientras realizaba una entrevista para mi periódico en un horno de Sant Vicent del Raspeig, alguien me recordó la siguiente cita: hombre, conocete a ti mismo y conocerás el universo. Quien pronunció ante mi la frase erudita no portaba entre sus manos, y sospecho que suquiera le interesan, ningún libro de autoayuda o titulado de alguna forma que se le pueda relacionar con alguna pseudofilosofía. No, ni mucho menos. Su autor estaba tostando pacientemente un puñado de almendras que se caracterizan por tener adheridos diminutos corpusculos de harina en un horno de leña que cuenta con más de cuarenta años de antigüedad, el mismo que ha usado como herramienta de trabajo mientras estaba en activo, según la definición del Estado, claro.

Antonio Guijarro, se llama el caballero al que me refiero. Un sanvicentero de los que llaman "de pura cepa". Tiene setenta y cuatro años y me encantó su lucidez. Y claro, con semejante bagaje de años a sus espaldas, se permite la licencia de hablar con conocimiento de causa. Según el ex panadero -y padre de dos maestros de la combinación de todo tipo de carbohidratos con el líquido elemento y demás complementos alimenticios- el problema del ser humano reside en su "incapacidad para asumir el paso del tiempo". Sorprendido por tal exposición de argumentos al más puro estilo "habló la voz de la experiencia" le pregunté si tantos años ante el horno lo compaginaba con la provechosa afición a reflexionar sobre todo aquello que le rodea, respondiéndome el bueno de Antonio negativamente. Volví a interrogarle -entiéndanlo, necesitaba saber el origen de tan misteriosa inclinación a encontrarle un sentido a todo lo que ve-. ¿Eres religioso?, le pregunté. Y me volvió a negar la mayor. Me rendí, dejé de buscar y simplemente me dediqué a disfrutar de su conversación. Eso si, hizo un comentario que me llamó poderosamente la atención, estando delante de uno de sus hijos y heredero de su sabiduría profesional. El maestro reconoció que sus vástagos le han enseñado unas cuentas cosas de la vida aunque nunca se lo había confesado en persona. Menudo privilegio el mío, el conflicto generacional pisoteado por unos segundos de debilidad.

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